Pensamientos y reflexiones derivadas de la experiencia de ir al cine y a la vida.

domingo, 10 de abril de 2011

Dragones, perdón y los inicios de un Santo.

Me llevé a unos amigos a verla, entre ellos un experto en la Guerra Civil, ManMarín, uno de esos que SABE e intenta saber de la manera más imparcialmente posible. Puedo decir que no conozco personalmente a nadie que sepa y haya leído más de la Guerra Civil que él. Lo hice no tanto para constatar los hechos históricos como sí para ver hasta qué punto estaba coherentemente recreado el escenario en el que contar una historia. Esto es lo importante en el cine. Que sea coherente el contexto, que no chirríe. Ya sabemos que en cine pocas veces se ajusta lo contado a lo realmente ocurrido. Apoyándose en los hechos reales, el cine, trata de recuperar o encauzar el sentido o significado de aquellos hechos. Poco importa si esto o aquello fue o no realmente así, lo que importa es lo que significó, lo que significa para darle sentido, hoy día, a nuestra existencia. Y así dejar de vivir en el recuerdo para poder sobrevivir en el presente.

Que en la infancia es cuando se siembra y en la adolescencia-juventud cuando se recoge es algo archisabido. En la edad adulta cuando se emplea y se le saca partido a lo recogido y es a la vejez cuando se acentúa el arrepentimiento, cuando se suplica y se otorga el perdón con mayor necesidad.

Considero que tan necesario es el perdón para el criminal como para la víctima. Lo contrario es un sin vivir por ambas partes, así es en la película y también en la vida.

Generalmente la gente no tiene la percepción de estar haciendo algo malo, sino todo lo contrario, piensan que hacen lo correcto. Cuando pensamos en nuestros enemigos o simplemente la gente que discrepa de nuestra opinión y pensamiento, pensamos que esa gente está equivocada pero pocas veces pensamos en que ellos piensan que están en lo correcto y que los equivocados somos nosotros. “Ésa gente es como tú y como yo”.

Como Manolo, el personaje antagónico de José María, puede que en ocasiones, creyendo estar en un bando, no estemos seguros de pertenecer a él. Lo que sí sabemos es que estamos llenos de sentimientos que no dejan de tambalearnos.

Siempre que queremos conocer algo lo deseable es conocer la versión objetiva, cosa bien difícil. La misma selección natural actúa como bisturí subjetivo. Dos ojos para ver, dos oídos para escuchar, dos orificios nasales para oler pero una sola boca para verter nuestra opinión.

Al respecto, me parece muy significativo, original y acertado el plano en el que se encuadran a los protagonistas en su edad bendita, cada uno en cada una de las lentes de unas gafas dejadas sobre la mesa.

Esta suerte de paralelismo persiste a lo largo de la película: un mismo pueblo, una misma educación o una misma onza de cacao a probar, no germinan de igual manera en uno que en otro.

Esta película habla de que dos semillas de la misma especie florecen en odio o en perdón según sea el abono que echemos en la tierra de la que estamos hechos. Es como lo del lobo al que alimentemos.

También va de la guerra civil, de aquellas tres Españas que tuvieron que quedarse obligadas en dos enfrentadas, que en todos lados cuecen habas y en todos lados hay gente buena y mala. Porque pocos son los que se reconocen malos y que lo son a propósito.

En este sentido me gustaría reflexionar sobre algo. Cuando adjetivamos a una institución de tal o cual, solemos hacerlo en base a la experiencia que hemos tenido con algún miembro que conforma esa institución. Esto es, calificamos a la institución por uno, dos o diez de sus miembros y lo que por ellos hemos conocido. En tal caso no estamos siendo justos porque achacamos a la institución lo que corresponde achacar a esos miembros. Para conocer a una Institución y poder tener una opinión formada al respecto hay que querer conocer, en el mayor porcentaje posible, y no conformarse con cuatro notas, tres malentendidos y diez rumores.

Otras reflexiones son: que todo santo tiene un pasado y todo pecador un futuro, que todos tenemos que expurgar nuestras miserias, que para perdonar hay que empezar por perdonarnos a nosotros mismos, tanto por lo que hacemos mal como por lo que dejamos de hacer bien. Que nadie tiene una situación interior totalmente estable. Que podemos cargar con una losa toda la vida, pero que es al final del camino cuando uno, sí o sí, tiene que decidir dónde dejarla para poder descansar. DESCANSAR.

Lo inteligente, creo, es no andar caminos con losas en los bolsillos.

2 comentarios:

  1. Tendría mucho que comentar sobre esto… que tenemos que hablar de muchas cosas,/ compañero del alma, compañero. Hay que abrir espacios. Hago propósito de ello.
    Ojo: la guerra en un matrimonio existe porque hay dos, pero esos dos no se reparten las culpas al 50%; tampoco ocurrió así en la guerra civil: que cada palo aguante su vela.
    ¿Y el problema de los universales con respecto a las instituciones y las personas? Simplificamos. Muchos son simples, mermados, que no sencillos. Difícil.
    Lo dicho que ya hablamos.
    En otro lado te contesto a lo que me preguntaste y me dijiste, que ahora ni lo recuerdo bien.

    Un abrazo.

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  2. esa falsa amiga que es la memoria y ése útil aliado que es el boli y papel.
    Ya sé que la guerra es más que esas dos líneas que he puesto.
    No hubo una guerra buena ni una paz mala.

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