Pensamientos y reflexiones derivadas de la experiencia de ir al cine y a la vida.

lunes, 18 de febrero de 2013

El vuelo


Quiero escribir sobre esta película. Quiero escribir sobre la historia de esta película en particular, sabiendo que pueda leerse para otras historias, hechos y vidas en general. Cada cual que interprete según su experiencia, ánimo y mente; yo, escribo sobre ésta.
Empecemos por el apunte técnico. Fijémonos en la música, extra e intradiegética. De cómo construye significado y sentido según su tono, sus graves y agudos. Cuando Nicole, interpretada por los ojos y boquita de Kelly Reillyla, se inyecta la droga, los graves que hacen retumbar nuestro pecho nos trasmiten la sensación que le invade. O cómo la música envolvente que acompasa el caminar de Harling Mays, agarrado de la coleta de John Goodman, deja de oírse en estéreo cuando llega al mostrador y se quita uno de los auriculares. La música nos hace sentir lo que sienten los personajes, nos trasmite el estado de ánimo de los mismos, y lo hace con este tipo de juegos técnicos. Atentos a ellos.
Lo mejor es ir a verla sin saber de qué va, quedándonos con la portada, con ese Denzel Washington caracterizado en el comandante Whitetaker, Whip Whitetaker.  Pienso que los nombres de los personajes también hablan de los mismos. Prueben a quitarle la W de Washington al nombre y apellidos de su personaje: ¡hip! hit taker.
Bastaría ir a verla sólo por escuchar el monólogo sobre la vida en boca y ojeras de Tiki Pot, interpretado por el metamorfoseado Charlie Eugene Schmidt, en unas escaleras a medio subir o medio terminar de bajar. El trabajo de abogado de causas imposibles lo hace el personaje de Don Cheadle, al que no es que le ponga que le llamen de don sino que abrevia el Donald.  
Todos ellos orquestados bajo la regresada batuta del futuro de Robert Zemeckis.           
Insistido en suficiencia respecto a la técnica e interpretación como garantía de satisfacción, quiero pasar a la historia, a la reflexión. Antes, una aclaración, he escrito "ir a verla". No significan lo mismo las películas en una gran pantalla a oscuras y altavoces calibrados y dispuestos estratégicamente (el director la ha rodado pensando en estas mínimas calidades) que en la pantalla de casa, aunque ésta simule las 3D. Mucho menos me vale en copia adquirida sobre manta o bajo descarga. Señores, esto es cine, quién lo probó lo sabe.
Ya sí, la reflexión. Resulta que en la vida vamos elaborando actividades, con mayor o menor acierto. Acompañando a nuestras acciones va todo lo que somos, hacemos y dejamos de hacer. Durante el periodo formación inicial uno debe procurar rellenar las distintas estancias, recovecos y facetas de su carácter con buenos hábitos y costumbres. Recientemente he leído que "los valores e ideales engendran unas pautas de comportamiento coherentes con ellos. El desfallecimiento de aquéllos comporta progresivamente el hundimiento de éstas." Y añado, y de la persona que no los practica.
Pongamos que en un buen o mal momento de la vida uno encuentra alivio, placer o consuelo en lo que a la larga se constituye como vicio. Los vicios, como malas costumbres que son, le acompañan a uno siempre. Tanto si obra bien como si obra mal. Otra cosa es que uno logre dominarse, con mayor o menor esfuerzo. ¿O no, fumadores? 
Sigamos poniendo que a uno se le presenta un asunto peliagudo, un vuelo delicado sea por caso, y lleva destacado uno de sus malos hábitos. Lo que logras hacer no tiene nada que ver con ese mal hábito y en vez de matar a 100 pasajeros consigues salvar a 98. La tripulación no cuenta. El avión estaba jodido, iba a pasar lo que tenía que pasar, con o sin malos hábitos. La pregunta a la que hay que dar respuestas tras ver la peli es: ¿puede un vicio deslegitimar las buenas acciones, los buenos momentos?
La película apunta que para que uno pueda erradicar un vicio, debe ser plenamente consciente de que lo tiene y que es tan nocivo para él como para su entorno, hasta el extremo de poder convertir la extraordinaria persona que puedas ser en un auténtico desquerido para los tuyos. Porque sí, señores, se puede ser desquerido.

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