Pensamientos y reflexiones derivadas de la experiencia de ir al cine y a la vida.

domingo, 2 de octubre de 2011

El Árbol de la vida

No es una película cómoda de ver, aunque sí se deja mirar. Una historia familiar incrustada de imágenes de la grandeza de la creación, con un montaje poco habitual, un montaje que juega a descolocarnos en cada momento. Un montaje que nos puede llevar a no entender nada, al menos no con la lógica de la razón.
Un apunte al inicio de la vida que se queda ligada al agua y su transcurso en planos intercalados en la historia.
Árboles que crecen buscando la luz. El hombre los dirige, los poda, los cuida, los endereza o los desatiende durante un tiempo. También los ama, como árbol que es o como árbol que quiere que sea.

El árbol como metáfora de una persona y el párrafo anterior adquiere un nuevo significado. Y si ahora escribo el árbol como hijo que se nos encomienda… ¿Cuándo olvida un padre que fue hijo? ¿Cuándo un hijo se da cuenta que su padre fue hijo? ¿Cuándo el padre se da cuenta de que lo que le exige al hijo, por lo que él considera su bien, no es interpretado por éste como tal sino por todo lo contrario?
Acaso no le fastidia a un hijo las mismas cosas que a su padre le fastidiaban cuando éste era hijo. ¿Cuándo olvida un padre lo que fastidia a un hijo? ¿Cuándo se da cuenta un hijo del porqué que mueve a un padre?
Exigir con amor ¿es posible? El padre exige al hijo porque quiere su bien, su felicidad. Pero el hijo no es feliz si no se siente amado.
Complicada de ver, quizá sólo haya que contemplar: Las imágenes sugerentes, los planos estéticos, la historia de la vida que se repite, de árbol en árbol. Un homenaje a lo creado y que insta a alabar a lo Dan. 3, 57-88 et 56.
¿Que si hay que verla? Prevenido de a lo que se va, por supuesto. Vayas como padre, como hijo o bajo ambas condiciones.





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