Pensamientos y reflexiones derivadas de la experiencia de ir al cine y a la vida.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Sin casco y en scooter


              
No siempre elijo yo las películas que acabo viendo. Ésta es un ejemplo. Ves el cartel y te dices: “no puede ser mala”. Está Julia, está Tom y no sé… no creo que se anden con tonterías. Me cuesta hablar mal de una película. Considero que cuando un director se pasa todo un año trabajando para concentrarnos un mensaje en hora y media, dos horas y consigue que la película se haga, algo bueno se puede sacar de ella. Siempre. Algún detalle técnico, alguna historia, algún personaje, alguna interpretación.
            La puesta en escena define de manera clara, rápida y simple a los personajes a la vez que muestra algo que realmente me sigue llamando la atención de la cultura norteamericana: es verdad que existen ese tipo de situaciones y ese tipo de personas.
            Me asombra la variedad de cursos y temáticas que proliferan en las academias y universidades norteamericanas. Siempre que le he preguntado a un norteamericano sobre sus estudios siempre me han salido con materias parecidas y todo me huele a seminarios. Salvo las carreras técnicas y con ámbito de aplicación concisa, el resto no tienen una clara equivalencia con lo que hacemos aquí.
            La peña tiene que tener una afición y en ella se encuentran por afinidad los congéneres, en este caso motoristas de scooters. Quedan para dar vueltas. Cuando el medio se utiliza como fin es que hemos perdido el norte. No sé, una scooters está pensada para trasladarte por la ciudad de una manera cómoda, rápida y a bajo coste, pero no sé, para quedar con otros y dar vueltas, por dar vueltas por la ciudad es algo raro.
            Si un personaje sí me creo que exista es el de la amiga. Que se afana por cambiarle de look de manera desinteresada, sin escatimar en gastos y haciendo de ello una dedicación profesional.  
            Por otro lado la profesora de universidad con vida plena pero insatisfecha. Con un marido que se justifica como hombre precisamente en lo que para una mujer no es un hombre. Observas y ves, concluyes: el personal no se entera. Menos materialidad-superficialidad y más teenstar.  
            Nunca es tarde reza el subtítulo. Y es que cuando el título es el nombre del protagonista y éste es un tanto insulso, simpático pero sin chicha, necesitamos que nos apunten a una dirección, aunque quede abierta. Porque no se sabe si nunca es tarde para cambiar de vecinos, de trabajo, de marido, de actitud ante la vida o de sala de cine.
            Nunca es tarde para dejar de ver o ver esta película.     

domingo, 2 de octubre de 2011

El Árbol de la vida

No es una película cómoda de ver, aunque sí se deja mirar. Una historia familiar incrustada de imágenes de la grandeza de la creación, con un montaje poco habitual, un montaje que juega a descolocarnos en cada momento. Un montaje que nos puede llevar a no entender nada, al menos no con la lógica de la razón.
Un apunte al inicio de la vida que se queda ligada al agua y su transcurso en planos intercalados en la historia.
Árboles que crecen buscando la luz. El hombre los dirige, los poda, los cuida, los endereza o los desatiende durante un tiempo. También los ama, como árbol que es o como árbol que quiere que sea.

El árbol como metáfora de una persona y el párrafo anterior adquiere un nuevo significado. Y si ahora escribo el árbol como hijo que se nos encomienda… ¿Cuándo olvida un padre que fue hijo? ¿Cuándo un hijo se da cuenta que su padre fue hijo? ¿Cuándo el padre se da cuenta de que lo que le exige al hijo, por lo que él considera su bien, no es interpretado por éste como tal sino por todo lo contrario?
Acaso no le fastidia a un hijo las mismas cosas que a su padre le fastidiaban cuando éste era hijo. ¿Cuándo olvida un padre lo que fastidia a un hijo? ¿Cuándo se da cuenta un hijo del porqué que mueve a un padre?
Exigir con amor ¿es posible? El padre exige al hijo porque quiere su bien, su felicidad. Pero el hijo no es feliz si no se siente amado.
Complicada de ver, quizá sólo haya que contemplar: Las imágenes sugerentes, los planos estéticos, la historia de la vida que se repite, de árbol en árbol. Un homenaje a lo creado y que insta a alabar a lo Dan. 3, 57-88 et 56.
¿Que si hay que verla? Prevenido de a lo que se va, por supuesto. Vayas como padre, como hijo o bajo ambas condiciones.





lunes, 18 de abril de 2011

No, si la culpa va a ser del telepizza.

Lo queramos o no, la cuestión es que llegamos tarde. Podemos seguir con el debate, intentar poner al personal orejeras para que sólo vea una pequeña parte de lo que está ocurriendo y que sigamos enzarzados ahí, en esa pequeña parte.

Pero el tema es más complejo y atañe a varios frentes, no sólo al de la piratería, que es donde los distribuidores tienen centrado el debate.

El mercado ha cambiado de forma radical con internet. No sólo cine se consume en casa. Todo esto empezó con el telepizza, con el “para llevar”. La sociedad se acostumbró a ello y amplió la costumbre a otros productos. El cine es arte pero también producto y como tal se consume. Estamos centrados en el punto que preocupa a la distribución. Yo entiendo que un empresario que ha invertido en montar unos cines esté preocupado. También el distribuidor. Y es que se les acaba el negocio si no se renuevan o si no hacen algo para que su actividad siga siendo tan valorada como para pagar por ella. Y que no, que no todos somos piratas, que no. Que estamos deseando pagar por el trabajo bien hecho, bien realizado y bien entregado. Que reconocemos que es arte y creación y como tal hay que pagarlo en justo reconocimiento de la satisfacción que experimentamos al consumirlo.

Lo que pasa es que la gente cree tener el cine en casa y con ello se conforma. Creo que uno de los aspectos que hay que trabajar es la educación del espectador, hay que hacer que el espectador sea un sibarita audiovisual. Ustedes me van a perdonar pero no es lo mismo ver una peli en casa que verla en pantalla grande, a oscuras, con los altavoces debidamente distribuidos y calibrados, bajo las condiciones para la que fue creada, y lo que es determinante, habiendo hecho un esfuerzo en ir a verla, esto es, darle valor.

Pero esto está así. No es que queramos cambiar algo que va a ser. No. Esto está como está y es como es. Y lo peor es que se desarrolla a una velocidad y con una mutabilidad incontrolable, por lo que doy por sentado que todo lo que se discuta es banal. Todo lo que propongamos llega tarde. No es la palabra sino la acción. Acción con vistas a largo plazo. Me explico.

Por un lado tenemos lo que está haciendo Netflix, que a mi me suena como a la net flexible. Una especie de videoclub. Especie porque qué videoclub puede decir que tiene 20 millones de abonados. ¿Pueden estar equivocados 20 millones de personas?

Algo parecido pero con el cine de autor e independiente hace filmin, del que sí se puede acceder y disfrutar desde España.

A raíz de visitar este videoclub se me ocurre que uno puede pagar para ver una peli de estreno con buena calidad, basta que las mayors decidan ofertarlas, pero también se me ocurre que la publicidad puede financiar su visionado. Una solución sería meter publicidad en las clásicas franjas negras que todo film tiene. Eso sería un hueco desaprovechado en el espacio cibernético. Que uno quiere ver la peli sin publicidad, pues que pague. Que a otro no le importa y entiende que le pongan publicidad por ahí asomando si así consigue ver una peli sin moverse de casa, pues adelante.

Que sí, que los distribuidores y exhibidores se quedan sin la porción del pastel, pero es que ya se han quedado sin ella, sólo falta que se den cuenta. Es como la luz que aún nos llega de una estrella que ya se ha apagado. Intentar controlar la estrella es imposible, les queda de vida lo que queda de luz para que las salas de cine sean más oscuras que nunca.

Para evitar esto último sólo se me ocurre acudir y desarrollar una auténtica EDUCACIÓN visual, cosa que ya apuntaba antes. Es decir, enseñar el valor y la gran diferencia entre el CINE y el “cine” en casa. Hacerles ver la diferencia de sensaciones, sentidos, significados y contenidos. Es como ponerse incienso en casa: huele bien, ambienta y demás, pero donde pega es en su sitio, en el lugar y momento para el que está hecho: en la calle, con los pasos de por medio, ahora que estamos en Semana Santa. Sólo así se llenaran las salas tal y como ahora están las calles, repletas, aunque haya gente en casa, tan a gusto con su incienso de barrita.

domingo, 10 de abril de 2011

Dragones, perdón y los inicios de un Santo.

Me llevé a unos amigos a verla, entre ellos un experto en la Guerra Civil, ManMarín, uno de esos que SABE e intenta saber de la manera más imparcialmente posible. Puedo decir que no conozco personalmente a nadie que sepa y haya leído más de la Guerra Civil que él. Lo hice no tanto para constatar los hechos históricos como sí para ver hasta qué punto estaba coherentemente recreado el escenario en el que contar una historia. Esto es lo importante en el cine. Que sea coherente el contexto, que no chirríe. Ya sabemos que en cine pocas veces se ajusta lo contado a lo realmente ocurrido. Apoyándose en los hechos reales, el cine, trata de recuperar o encauzar el sentido o significado de aquellos hechos. Poco importa si esto o aquello fue o no realmente así, lo que importa es lo que significó, lo que significa para darle sentido, hoy día, a nuestra existencia. Y así dejar de vivir en el recuerdo para poder sobrevivir en el presente.

Que en la infancia es cuando se siembra y en la adolescencia-juventud cuando se recoge es algo archisabido. En la edad adulta cuando se emplea y se le saca partido a lo recogido y es a la vejez cuando se acentúa el arrepentimiento, cuando se suplica y se otorga el perdón con mayor necesidad.

Considero que tan necesario es el perdón para el criminal como para la víctima. Lo contrario es un sin vivir por ambas partes, así es en la película y también en la vida.

Generalmente la gente no tiene la percepción de estar haciendo algo malo, sino todo lo contrario, piensan que hacen lo correcto. Cuando pensamos en nuestros enemigos o simplemente la gente que discrepa de nuestra opinión y pensamiento, pensamos que esa gente está equivocada pero pocas veces pensamos en que ellos piensan que están en lo correcto y que los equivocados somos nosotros. “Ésa gente es como tú y como yo”.

Como Manolo, el personaje antagónico de José María, puede que en ocasiones, creyendo estar en un bando, no estemos seguros de pertenecer a él. Lo que sí sabemos es que estamos llenos de sentimientos que no dejan de tambalearnos.

Siempre que queremos conocer algo lo deseable es conocer la versión objetiva, cosa bien difícil. La misma selección natural actúa como bisturí subjetivo. Dos ojos para ver, dos oídos para escuchar, dos orificios nasales para oler pero una sola boca para verter nuestra opinión.

Al respecto, me parece muy significativo, original y acertado el plano en el que se encuadran a los protagonistas en su edad bendita, cada uno en cada una de las lentes de unas gafas dejadas sobre la mesa.

Esta suerte de paralelismo persiste a lo largo de la película: un mismo pueblo, una misma educación o una misma onza de cacao a probar, no germinan de igual manera en uno que en otro.

Esta película habla de que dos semillas de la misma especie florecen en odio o en perdón según sea el abono que echemos en la tierra de la que estamos hechos. Es como lo del lobo al que alimentemos.

También va de la guerra civil, de aquellas tres Españas que tuvieron que quedarse obligadas en dos enfrentadas, que en todos lados cuecen habas y en todos lados hay gente buena y mala. Porque pocos son los que se reconocen malos y que lo son a propósito.

En este sentido me gustaría reflexionar sobre algo. Cuando adjetivamos a una institución de tal o cual, solemos hacerlo en base a la experiencia que hemos tenido con algún miembro que conforma esa institución. Esto es, calificamos a la institución por uno, dos o diez de sus miembros y lo que por ellos hemos conocido. En tal caso no estamos siendo justos porque achacamos a la institución lo que corresponde achacar a esos miembros. Para conocer a una Institución y poder tener una opinión formada al respecto hay que querer conocer, en el mayor porcentaje posible, y no conformarse con cuatro notas, tres malentendidos y diez rumores.

Otras reflexiones son: que todo santo tiene un pasado y todo pecador un futuro, que todos tenemos que expurgar nuestras miserias, que para perdonar hay que empezar por perdonarnos a nosotros mismos, tanto por lo que hacemos mal como por lo que dejamos de hacer bien. Que nadie tiene una situación interior totalmente estable. Que podemos cargar con una losa toda la vida, pero que es al final del camino cuando uno, sí o sí, tiene que decidir dónde dejarla para poder descansar. DESCANSAR.

Lo inteligente, creo, es no andar caminos con losas en los bolsillos.

lunes, 28 de febrero de 2011

más allá iremos todos, resolvamos pues en vida nuestros asuntos

Clint está ya mayor. No lo digo porque esté con los desaciertos propios de ciertas edades, sino por todo lo contrario. Ahora que tanto se habla de jubilarse a los 65 ó a los 67, a Clint le deberían prohibir jubilarse. Tampoco creo que él tenga intención de hacerlo. Éste morirá rodando y demuestra que el problema de la jubilación se solucionaría desde el momento en que cada uno se dedicase a lo que realmente le apasiona. Ya sé, la pasión no siempre da de comer.

Clint está mayor y le sale una película que habla de lo que hay más allá del acá. Supongo que cuando uno se hace mayor tiene la vista puesta más en estas cosas que en la vida vivida. Siempre andamos preocupados con nuestro futuro y el de nuestros seres queridos, y el futuro, a ciertas edades, pasa por mirar más allá de la vida.

No entra en plantear si hay algo o no lo hay, eso lo da por asumido, se queda en qué pasa con los que se van, los que no se van y los que se quedan a medias porque aún tenían algo que decir, que perdonar o de lo que pedir perdón.

Todo esto lo plantea sin caer en sesiones de espiritismo, sustos ni miedos. De manera amena y con el ritmo adecuado, nos va presentando la vida de tres personajes que lo único que tienen en común es el haber sido tocados por lo que hay más allá de la vida.

Una francesa, un niño inglés y un americano. No en un chiste sino cada uno de los protagonistas con historia. De todos ellos podemos aprender. La perseverancia del chico, inamovible en su empeño pese al frío. El tomar y andar el camino de la francesa ante la íntima llamada, con todas sus consecuencias, tanto materiales como espirituales. Y el no saber si el don es don o maldición, del americano, encarnado por el grandioso Matt Damon que tanto me recuerda, a veces, a aquel Monolo mío, compañero de sesiones de cine trasnochadas.

En éste conviene recrearse. Qué hace uno cuando tiene un don tan valioso para los demás, tan necesario para los demás, pero tan incómodo para uno mismo. ¿Por qué uno termina concibiendo sus dones como maldiciones? ¿Qué ha pasado entremedias?¿Qué perspectiva de la vida hemos olvidado?

Ya sea Don o maldición, el caso es que cuando la muerte llega y no se han dejado los papeles arreglados, las palabras dichas, los asuntos aclarados; las partes claman por decirse lo que en vida no se dijo.

Por eso les invito a que vayan a ver la peli, en pantalla grande. Con o sin palomitas, pero en pantalla grande, que en casa no es lo mismo, que uno se distrae con cualquier cosa, y el cine no es cine.

Vayan al CINE, pero no sin antes o después arreglárselas con su hermano, vecino, compañero o primo, porque más allá de la vida, el que va, con Él, pace alegre y todo lo perdona, pero el que queda: pena.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Las cosas no son como se escriben, son como son, como suenan. BIUTIFUL

Los que algo me conocen y me acompañan al cine, saben que me quedo hasta el final, hasta que la pantalla se desviste de colores mezclados que producen ilusión y se queda en blanco neutro. No sólo yo estaba KO esta vez: “La vítica nene, la gente sale sin decir ni mu”, pensé. No recuerdo un desfile ante los créditos finales tan tormentosamente silencioso. La salida del cine da a esa sociedad que nos presenta y que no se sostiene. Enferma de cáncer, que avanza sin rumbo cierto, que trabaja, que sigue produciendo humo por las chimeneas. Una sociedad que tiene de tanto… que no necesitamos.

Bardem, hablo como actor, es un lujo. Es de los mejores, de hecho ahí lo tenemos: otra vez nominado. No sólo entrega su físico al servicio del personaje, también reconoce haber entregado su psique. Representa con su personaje a la sociedad actual, tan material por un lado y tan espiritual por otro, pero enferma de desnecesidad, enfermada de hartura, de no hacer las cosas bien.

Su personaje tiene un don, y ya se sabe aquello de que no poseemos nada que no se nos haya dado desde arriba. Así es que, para sobrevivir, tiene que apañárselas con chanchullos varios, ya que por su don no pide nada, apenas sí la voluntad cuando la necesidad pura aprieta.

Tranquiliza a los muertos para que se vayan en paz, pero sin poder usar ese don para sí mismo. Es lo que tienen los dones, que no se nos dan para utilizarlos en nosotros sino para el servicio a los demás.

No nos damos cuenta de que somos mortales porque no dejamos de sentirnos vivos, pero cuando la Parca nos avisa de que estamos dentro de sus acciones inminentemente siguientes, no solemos llevarlo bien. Además el tema es tabú en esta sociedad. Es lo que le pasa al personaje e, insisto, a la sociedad, a este modelo de sociedad, que también muere, sin dejar los papeles y las cosas en regla.

Cuando uno enferma busca el remedio, la pastilla que lo arregle todo, pero pocas veces buscamos el origen de la enfermedad. Hay ocasiones en que nos ha tocado la china con la genética y poco podemos hacer, es como cuando toca la lotería pero en negativo. Pero en otros casos las causas de la enfermedad nos la hemos buscado nosotros solitos, más o menos inconscientemente: con la falta de valores, la desvirtuación de los cuerpos con tanta operación estética que en el film pone pechos en las posaderas, aberraciones en el trato personal, fraternal, con políticos alejados del pueblo que los catapulta y sostiene, el mundo entregado al placer que no alimenta.

La vida, como el cine, es necesaria para seguir viviendo, porque el cine, como la vida, es necesario para seguir aprendiendo, entendiendo, para identificarnos con los personajes y con nosotros mismos. Sugiriendo, provocando, invitando a que hagamos algo.

La muerte está certificada para todos, lo que no sabemos es cuando se hace efectiva. Algunos médicos son capaces de predecir mes arriba, mes abajo, pero hay algunos cineastas que a este modelo de sociedad que nos hemos montado ya vienen a ponerle fecha de caducidad, año arriba, año abajo. Iñárritu es uno de ellos.

Las cosas no son como se escriben, como nos gustaría que fuesen, son como son, son como suenan, son como la vida: BIUTIFUL.

Al menos, en español, lo tenemos claro.

domingo, 23 de enero de 2011

Los Viajes de Gulliver

A la entrada de las salas suele haber unos monitores donde los controladores supervisan las proyecciones. Ahí esperaba mientras terminaban de desalojar y limpiar la sala donde iba a disfrutar yo de mis niños viendo Los Viajes de Gulliver. Se mostraba en unos de los monitores el inicio de otra película: a 3 metros sobre el cielo. Mi interés en la misma correspondía a que días atrás se había organizado una actividad lúdica y educativa consistente en llevar a los alumnos de 1º y 2º de la ESO a verla. Sí, chavales de 12 y 13 años. La elección de dicho título correspondía más a intereses comerciales que educativos. Huelga decir que la proposición de ver ésa y no otra partió de la dirección del cine y no de la organización de la actividad. Tranquilos, la educación no está tan mal. Alguno advirtió de su contenido (justo los valores contrarios a los que se inculcan en la escuela) y se consiguió, tras mucha brega, cambiar el título de la película por Entre Lobos en la que sí se puede poner en valor el sentido de la responsabilidad de un niño de siete años y a la vez valorar las ventajas que nuestra sociedad actual ofrece a la infancia en contraste con la de hace sólo 40 ó 50 años, y así, nuestros niños no crean que todo es jauja.

Bueno, que ahí estaba yo viendo en un monitor chico cómo el chico malo iba sin casco con su moto de cilindrada media e increpaba a una chica que asomaba la cabeza por la ventana del mercedes de papi parado en el semáforo cuando me abordaron tres ninfas vendidas del pasado: Marta, Mila y Ana Isabel.

Suelo tardar un poco en renovar el recuerdo que albergo de mis antiguos alumnos con la imagen que se me presenta en el encuentro. A medida que hablan, sus voces hilan lo uno con lo otro y termino dando con el nombre, el apellido, sus aficiones y su la letra. También con su la forma que tenían de estar en clase, germen de la actitud ante la vida. Iban ellas a ver The Tourist sin más razón que era la sesión para la cual había sitio en el tramo horario que les venía bien. Supongo que también, esto lo supuse yo, por el galán que ya, con ojos de incipientes mujeres, veían en el actor que no fue más que un gracioso y carismático pirata.

Los alumnos, mis antiguas alumnas, mis niños y yo expuestos al devenir comercial de las distribuidoras cinematográficas. Porque… ¿realmente vemos lo que queremos o lo que nos disponen que queramos ver?

Que cada uno se conteste en larga o breve reflexión. Yo entré a ver la peli. Recuerdo que conocía la historia de Gulliver gracias a la editorial Bruguera que editó los títulos de la literatura infantil, de los que varios rondaban de estantería en estantería por la casa que habité cuando era niño.

Por aquel entonces consideré la historia de este tipo totalmente imaginaría, fantástica. Un personaje que sufre las inclemencias meteorológicas que terminan llevando a mundos tan dispares.

Ahora, con la película, y gracias a que el personaje lo repite varias veces, también como conclusión final, me doy cuenta de que no todo es tan fantástico, que alrededor de nosotros siempre habrá gente grande que se considere pequeña y gente menuda que se considera grandes personas por tener grandes pre/ocupaciones. Ya sea en el mero plano físico o aquel más profundo que se hospeda en el interior, donde no se ve, donde no se toca.

Ahí, ser grande, es cuestión de proponérselo e ir a por ello.
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