No siempre elijo yo las películas
que acabo viendo. Ésta es un ejemplo. Ves el cartel y te dices: “no puede ser
mala”. Está Julia, está Tom y no sé…
no creo que se anden con tonterías. Me cuesta hablar mal de una película.
Considero que cuando un director se pasa todo un año trabajando para
concentrarnos un mensaje en hora y media, dos horas y consigue que la película
se haga, algo bueno se puede sacar de ella. Siempre. Algún detalle técnico,
alguna historia, algún personaje, alguna interpretación.
La
puesta en escena define de manera clara, rápida y simple a los personajes a la
vez que muestra algo que realmente me sigue llamando la atención de la cultura
norteamericana: es verdad que existen ese tipo de situaciones y ese tipo de
personas.
Me
asombra la variedad de cursos y temáticas que proliferan en las academias y
universidades norteamericanas. Siempre que le he preguntado a un norteamericano
sobre sus estudios siempre me han salido con materias parecidas y todo me huele
a seminarios. Salvo las carreras técnicas y con ámbito de aplicación concisa,
el resto no tienen una clara equivalencia con lo que hacemos aquí.
La
peña tiene que tener una afición y en ella se encuentran por afinidad los congéneres,
en este caso motoristas de scooters. Quedan para dar vueltas. Cuando el medio
se utiliza como fin es que hemos perdido el norte. No sé, una scooters está
pensada para trasladarte por la ciudad de una manera cómoda, rápida y a bajo
coste, pero no sé, para quedar con otros y dar vueltas, por dar vueltas por la
ciudad es algo raro.
Si
un personaje sí me creo que exista es el de la amiga. Que se afana por
cambiarle de look de manera desinteresada, sin escatimar en gastos y haciendo
de ello una dedicación profesional.
Por
otro lado la profesora de universidad con vida plena pero insatisfecha. Con un
marido que se justifica como hombre precisamente en lo que para una mujer no es
un hombre. Observas y ves, concluyes: el personal no se entera. Menos
materialidad-superficialidad y más teenstar.
Nunca es tarde reza el subtítulo. Y es
que cuando el título es el nombre del protagonista y éste es un tanto insulso, simpático
pero sin chicha, necesitamos que nos apunten a una dirección, aunque quede
abierta. Porque no se sabe si nunca es tarde para cambiar de vecinos, de
trabajo, de marido, de actitud ante la vida o de sala de cine.
Nunca
es tarde para dejar de ver o ver esta película.